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Los consumidores de la información, los ciudadanos, dan su opinión sobre la realidad que les llega a través de los medios

Campaña navideña

David Vecino, o Herr Vecino, es un abogado de carrera, pero con un destino diferente por delante. Buen amigo, está interesado por los temas europeos, por lo tanto bien informado y,  por lo tanto, siempre dispuesto a lanzar los dardos de la crítica, que suelta con especial acierto en este ambiente prenavideño que se respira en la Comisión Europea.

Campaña Navideña, por Herr Vecino.

¡Qué bonita es la Navidad! ¡Qué entrañable se vuelve el vagabundo sentado al pie de nuestro portal! Ya no forma partesimplemente del  mobiliario urbano…¿¿Y qué me dicen de las rebajas??

Parece, por momentos, que la actual Unión Europea no es sino un enorme centro comercial, con sus respectivas plantas alineadas de abajo arriba, cada una con su especialidad: planta primera: Consejo; planta segunda: Parlamento; planta tercera: Comisión. Y es en esta planta donde los nervios aprietan. Y así están prque se encuentran de inventario y, por un error de cálculo, este año ha coincidido con las compras navideñas y con unas rebajas prenavideñas.

¿No es entrañable la estampa? 9:55 de la mañana, las puertas están cerradas, pero ya se masca la tensión. ¡¡10:00!! Las puertas del centro comercial se abren de par en par. ¡Comienza la competición! Es una verdadera carrera de cuádrigas, incluso me atrevo a adivinar entre la multitud a Charlton Heston, luchando codo con codo con Mesala por una buena posicion en la parilla de salida. Ahí van los valientes jinetes de cada país con sus carteras rebosantes. Ni siquiera frenan frente al panel indicador de las secciones, ya saben que es en la tercera planta donde se encuentran las mejores gangas. Y así llegan a un enorme cartel que les recibe: Bienvenidos a la Comisión. Por un instante les flaquean las fuerzas, pero no hay momento para la debilidad, un buen cambio de ritmo y podran adelantar unas valiosas posiciones; alea y acta est. Cuanto más compren mejor, cuanto más prestigioso sea el artículo mayor será el trofeo. Da igual que sea de la colección “Competencia” que de la de “Mercado Interior”. Es indiferente si lo necesitamos o no, si seremos capaces «de combinarlo” con el resto de nuestra ropa, si realmente es nuestro estilo. Ya nos lo probaremos en nuestras casas una vez en nuestro poder.

Y cuando parece que la carrera toca a su fin, se vislumbra al fondo de la habitación una pequeña figura sentada en un enorme trono. ¡PAPA NOEL! Viste extrañamente una camiseta de la selección protuguesa y tiene en su regazo una botella de fino vino de Oporto. Es cierto, pero es Papa Noel. Y a su alrededor, como si fuera un árbol de Navidad, todo un arsenal de carteritas delicadamente envueltas en gruesos lazos rojos, y un cartel encima de su cabeza que reza: PROMOCIÓN ESPECIAL. Es el momento más esperado, todos quieren sus carteritas, tan bien envueltas en su papel de regalo.

La jornada toca su fin, se acerca el cierre, poco a poco los aurigas van saliendo ordenadamente del coso, no sin mirar amenazadamente a sus adversarios, dejando claro cuáles son sus trofeos. La puerta se cierra a sus espaldas. Cada uno vuelve a su casa agotado, con la esperanza de encontrar a su llegada un suculento manjar y un baño caliente.

Y resignado queda sólo a las puertas un hombre de cara robusta, surcado por arrugas, vistiendo un uniforme de Prosegur, con un cartelito colgado de la solapa: Vaclav. Un hombre que ya pinta canas y que bien podría haber sido Papa Noel, si no fuera porque su idioma (el checo) le impide ejercer ese trabajo. Y, contemplando ese ejército en retirada, solo acierta a alzar la mirada al cielo, mordiendose levemente su labio inferior y negando con la cabeza.

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Europa necesita venderse

El post invitado de hoy es de Rodrigo Roche, miembro del equipo de comunicación del Ayuntamiento de Madrid, y compañero de bebidas desde preescolar (bueno, entonces sólo era agua de la fuente del colegio). Observa que Europa necesita venderse mejor. Y sabe de lo que habla, ya que está al cargo de vender la capital a sus ciudadanos, con campañas exitosas a sus espaldas.

[Rodrigo Roche]

Antes de nada, decir que soy un europeísta convencido, por lo menos en la idea base de unión de Estados y ciudadanos para conseguir objetivos y facilidades comunes y evitar que se vuelva a nombrar a un siglo como el XX, «el siglo de las guerras». Me gusta poder viajar sin pasaporte, me gusta no tener que cambiar de moneda, me gusta ser ciudadano español, griego e irlandés a la vez, me gusta el euribor ahora que está bajo (si no, no),…

Son muchas las acciones que realizamos en nuestro día a día que tienen influencia, y regulación, de la UE. Pero sinceramente, tienen un gran problema de comunicación directa con el ciudadano. Yo no me considero un caso típico porque el tema me gusta, y soy lector habitual de Europressos, lo cual ya me incluye en una pequeña, mínima porción de la socidad 😉 Pero bien es cierto que la UE parece que considera que comunicando a los lobbys y los periodistas de Bruselas todo está hecho. Falta explicación, didáctica, un portal único integrado e interesante en Internet sobre la Unión, incluso fomentar que los periódicos, además de Nacional, Internacional, Deporte,… tengan una sección llamada Europa. ¡Qué bueno sería esto!

Yo espero, impaciente pero sosegado, que esto sea realidad alguna vez, y que realmente, las elecciones a las que con más ganas vayamos a votar, casi 500 millones de personas, sean las europeas, y no las nacionales, cuyos gobiernos cada vez tienen menos competencias. Observando desde un rincón de España, nacido en Burgos, vivido en Logroño, Pontevedra, Madrid, Segovia, con una compañera de piso irlandesa, un «cuñao» alemán y un corresponsal amigo en Bruselas, seguiré con mi espíritu europeísta.

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Las ventajas de una Europa fragmentada

(Vuelve la ronda de post invitados. Y empezamos por Alberto Martín-Aragón, periodista, escritor y fábrica fordiana de de ideas e ingenio, que produce con tal facilidad que parecen salir de una cadena de montaje. Una reflexión contra el pensamiento único que defiende únicamente el camino hacia una Europa federal. ¿Por qué no dirigirnos en sentido contrario?)

Alberto Martín-Aragón:

La expresión Unión Europa siempre me ha parecido tan pretenciosa como innecesaria. De ahí que no tenga ningún reparo en afirmar que la construcción política de la Unión Europa me parezca un extraño deporte intelectual practicado por funcionarios ególatras. Europa lleva levantada hace mucho tiempo. No necesita arquitectos, sino europeos que aprendan a ser más críticos y más irónicos. La ironía debilita el apasionamiento ideológico, generador de conflictos en el Viejo Continente. Pese a todo, me siento europeo y considero una actividad saludable dialogar y relacionarme con europeos. No debemos olvidar que los demonios del pasado no morirán jamás. Son demonios y habitan nuestra memoria. Hemos de mantenerlos controlado mediante el entendimiento mutuo y el respeto.

Lo que no comparto es esa obsesión de algunos profesionales del europeísmo por pretender que interioricemos un vaporoso nacionalismo integrador denominado Unión Europea. No creo en la unidad política de Europa. Sería una unidad artificial, geométrica y limitadora. Sería una unidad que terminaría anestesiando el talento político y cultural de cada nación. Miremos a nuestro alrededor. El genio europeo del pasado ha estado repartido en diferentes territorios del continente. De hecho, más que de genio europeo, habría que referirse al genio francés, inglés, alemán o español, entre otros. Y ese genio ha podido brotar libremente en distintos lugares y en diferentes momentos de la historia debido a la fragmentación política de Europa. Quizá no se han resaltado lo suficiente las ventajas de la fragmentación territorial y del autonomismo administrativo. ¡Qué distinta habría sido Europa de haber padecido en el pasado de un poder centralista! Gracias a la fragmentación y al autonomismo, la decadencia de la Castilla de los Austrias, por ejemplo, no supuso el derrumbamiento económico y militar del resto de Europa. Y fue precisamente la ausencia de sentido autonomista en la Castilla imperial lo que causó el colapso de los reinos sobre los que gobernaba.

La existencia de diversidades que son capaces de tolerarse cataliza el desarrollo común. Ahí ha residido la fuerza de Europa. Doy por hecho que los europeístas entusiastas no tienen intención de promover una idea monocolor y jacobina. No sólo resultaría grotesco, sino que además carecería de respaldo popular. Ahora bien, me gustaría alertar del riesgo que supondría menospreciar el papel de los actuales Estados, que son algo más que madrigueras de un rancio patrioterismo. Al contrario de lo que pueda parecer, las viejas naciones europeas ofrecerán mejores condiciones de vida a sus ciudadanos en la medida en que puedan seguir siendo naciones libres e independientes. Una cesión total de soberanía a un hipotético gobierno europeo abriría las puertas a un centralismo gigantesco que infrautilizaría el talento de las partes y sobrecargaría de obligaciones a un cuerpo político con demasiadas atribuciones.

No es necesaria ninguna Unión Europa. Procuremos simplemente hacer prosperar un continente permitiendo que cada país emplee su imaginación política y cultural del modo que consideren sus ciudadanos. Por una Europa fragmentada en pueblos ilustrados y pacíficos.

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Europa en el laberinto

El post invitado de los miércoles estará dedicado una vez al mes a los consumidores de información, los ciudadanos, para ver cómo perciben ellos Europa. Este primero está escrito por Pedro J. Bosch, oftalmólogo, escritor, columnista y siempre crítico desde su rincón insular de Menorca, con la mirada llena de woodiallenianismo para digerir lo que le llega cada día desde la prensa.

Europa en el laberinto

El lamentable episodio de la guerra de Iraq, aún inconcluso, pareció poner de manifiesto las profundas discrepancias entre Norteamérica, Marte guerrera realista, y Europa, Venus pacificadora ingenua, según la terminología acuñada por los think tanks conservadores del otro lado del Atlántico, patrocinadores entonces de la eufemísticamente denominada por el neocon español José Mª Aznar como “política sin complejos”, cuyos éxitos más rutilantes han sido la propia guerra y la implosión de la economía libérrima, santo y seña de su ideología.

En un debate de aquellos tiempos no tan lejanos, publicado recientemente (“Los latidos del mundo” Amorrortu Editores), Peter Sloterdijk y Alan Finkielkraut, discuten al respecto: “El sujeto moderno, afirma PS es precisamente aquel que acepta la castración simbólica y deposita sus armas en la entrada del templo de la democracia, como los fieles depositan su calzado a la entrada de la mezquita”, lo que matiza AF, “Resulta difícil elegir entre la arrogancia vengativa del poder norteamericano y la pretensión sermoneadora de la Europa apática…”

Los tiempos han cambiado desde entonces y podríamos decir que Norteamérica, con Obama ha orbitado en dirección a Venus, abandonando esa “arrogancia vengativa” de la que nos habla Finkielkraut, hasta el punto, puesto de manifiesto en la actual crisis iraní, de pecar de timorato ( hasta ayer mismo, días después de la muerte de la estudiante, no ha mostrado el presidente americano su “horror e indignación”), para que no se le descomponga el puzzle laboriosamente edificado alrededor de la cuestión palestina. Irán, es efectivamente la actual piedra de toque de la diplomacia internacional tras la conversión norteamericana al buenismo; lo era antes del fraude electoral, pero ahora, con la espiral de violencia desencadenada, se ha convertido en una cuestión urgente, capital para la evolución de la sísmica zona.

¿Y Europa?, ¿dónde está su otrora feraz progresía que supo plantar cara al ogro neocon con furia en las calles?, ¿dónde la contestación de su clase política al atentado ciudadano que ha perpetrado el régimen de los ayatolas?, ¿por qué calla Europa?… ¿Por qué se abstienen los europeos en sus elecciones? Quizá porque Europa no haya acometido aún su segunda revolución pendiente, tras la que supuso la separación Iglesia-estado. ¿Para cuándo la Europa que separe política y nacionalismo?, ¿para cuándo una Europa post  nacional capaz de hablar con una sola voz y de plantar cara a las satrapías?

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