Los desafíos de la ‘Generación Naranjito’ en la España de 2022

(Una versión editada de este artículo fue publicada en El Economista en mayo de 2015)

Jorge Valero

La ‘res publica’ se ha convertido en una ‘res color’. La cosa publica, política, se tiñe de los colores no solo de los partidos, sino también de las generaciones. Y la de este post (post) joven que aquí firma es el naranja, Naranjito. Porque los que cumplimos este año la bíblica edad de los 33, vinimos con la camiseta del 82. El año en el que la democracia española llegó a la mayoría de edad con el paso de la americana de corte antiguo a la chaqueta de pana, y nos quitamos los grises de épocas pasadas con los trallazos de un Mundial también en colores.

Cumplimos la década cuando España quiso sacar pecho envalentonada como un preadolescente descarado, con una Expo Universal y unas Olimpiadas que dispararon el atractivo de puertas afuera, mientras la tormenta se gestaba de puertas adentro. Soplamos 20 velas el año en el que también los euros llegaron a nuestros bolsillos, dejando atrás turbulencias y ajustes, y con un futuro al que luego se llamaría “milagro español”. Pero la Gran Recesión se llevó por delante trucos y milagros, y tuvimos que recibir los 30 con el primer rescate en décadas a una economía con pies de barro. ¿Cómo será o, si se permite soñar, debería ser esta España de idas y venidas cuando lleguemos a ser cuarentones? ¿Qué modelo necesitamos cuando crucemos el ecuador de nuestra vida laboral, para que nuestro Estado del Bienestar supere su ‘crisis de los 40’?

Respuesta complicada en un país en modo a prueba de fallos, y en una Europa que lleva tiempo sin GPS. Pero entre la bruma ya se adivina un mundo más competitivo, con más gastos, menos crecimiento e, incluso, más inestable. Receta propicia para la desigualdad, que es causa y consecuencia de gran parte de los problemas. Y si Thomas Piketty ha conseguido introducir este problema en el debate, menos suerte ha corrido al buscar el calzador para la que podría ser la solución. No son esas tiritas para la hemorragia, esto es, el impuesto al capital. Es “la principal fuerza de convergencia” que el economista francés ya avisa desde las primeras páginas de su ya célebre y celebrada obra: “el proceso de difusión de los conocimientos y de inversión en la capacitación y en la formación de habilidades”.

El capital humano surge de entre los puntiagudos riesgos del Capital en el Siglo XXI para traer las soluciones. Este capital humano no sólo es el recurso más sostenible, sino también el más exigente de pulir. Por eso, desde la palestra pública y el despacho privado se pone el foco en la que es la principal herramienta para su extracción: la educación. Si algunos entornan los ojos al escuchar esta palabra a la que le han robado el brillo, Frank Friedman, CEO de Deloitte, la subraya como “el desafío” para los países desarrollados. Para el ex primer ministro de Finlandia, y hoy vicepresidente de la Comisión Europea, Jyrki Katainen, la educación jugará “el papel más crucial” en nuestros Estados sociales.

La educación

Si se quiere ordeñar este capital humano puede ser necesario (aunque no suficiente) la fórmula finlandesa. País de saunas y heavy metal, y también de un pacto entre los principales partidos que, hace casi medio siglo, blindaron la educación para convertirla en una cuestión de Estado. Si de esta manera los fineses han conseguido encabezar los rankings internacionales en esta materia (hasta hace poco), no sorprende que un país que cambie la ley educativa siete veces en tres décadas, recocidas bajo el sol y atrapadas bajo toneladas de ladrillos, encabece la tasa de fracaso escolar en la UE. España ha sido la ganadora en dilapidar el capital humano, y ha dejado desarmada a toda una generación que buscó un salvavidas en el extranjero cuando el tsunami financiero golpeó con toda su fuerza. Los jóvenes españoles han pasado por un sistema que está a la cola en el aprendizaje de idiomas tanto en secundaria como en la Universidad, según alerta una pila de informes y estadísticas, entre ellos Eurostat.

Si las agendas partidistas han sido incapaces hasta ahora de ver el valor estratégico de la educación, ¿por qué ser moderadamente optimista y esperar que el cambio pueda estar a la vuelta de la esquina? Porque no resulta complicado sortear el campo de minas de la ideología para llegar a los cambios que importan. En este planeta de Google y Big Data, pocos expertos discrepan al señalar que el pensamiento crítico será nuestro valor añadido frente a un mundo de máquinas. Llegar a un sistema educativo que apueste menos por el ‘cómo’ y más por el ‘por qué’, menos por la memorización y más por la argumentación y el debate. Un modelo en el que los profesores no sean la piñata de políticos, padres y alumnos sino, como en Finlandia (¡de nuevo!), una de las profesiones más respetadas (y ansiadas). Como dice Jorge Wagensberg, empezar a enseñar cuanto antes en la escuela “por higiene mental” las contradicciones de la realidad, porque son el mejor estímulo para el conocimiento.

Sólo cuando falta  este espíritu crítico se explican periodos de mediocridad como el que vivimos. Pero España no es un país de debate, sino de trincheras, y cuando hay que disparar no se avisa sino que se tira a matar. Y la primera víctima suele ser la educación, convertida ya en un coladero por el que se ha escapado casi un 10% de la inversión desde 2010.

La consecuencia de nuestros errores se conoce. Nuestro país lleva tiempo luciendo no  sólo una preocupante tasa de desempleo juvenil, tan solo superada por Grecia, la ‘zona cero’ de la crisis. Más aún, gran parte de los jóvenes que consiguen firmar un contrato aceptan trabajos precarios, hasta tal punto que encabezamos la tasa de empleos temporales en la UE. Con tal trayectoria, no sorprende que solo Croacia nos gane en la tasa de parados de larga duración entre los que tienen 25 y 29 años.

Empoderamiento, compromiso y emprendimiento

Pero la creación de este capital humano no se queda solo en una puesta a punto de las aulas. A la educación se le suma una sopa de letras repleta de ‘e’: empoderamiento, compromiso (engagement) y emprendimiento.

El empoderamiento es un concepto escurridizo, pero no lo suficiente para que escape al radar de la Comisión Europea. Para el grupo de expertos del Ejecutivo comunitario, el empoderamiento de los individuos es uno de los seis desafíos cruciales de las próximas dos décadas. El empoderamiento es un árbol frondoso que abarca desde sistemas de salud de calidad  hasta una gobernanza exigente, o una política económica que “active” a los individuos, y cuyo tronco es de nuevo, y como advierte la ONU, la educación.

Si  su fin último es mejorar las oportunidades para que todo el mundo tenga un “fair shot” para mejorar su vida, que diría el presidente Barack Obama, estas posibilidades aumentan con la aceleración digital. En esta nueva frontera, que muta y crece exponencialmente casi cada año, internet y la tecnología ha reescrito nuestras relaciones sociales y nuestra participación política, convirtiéndose en herramientas para perfilar nuestras capacidades.

Y de nuevo, es el pensamiento crítico el que puede transformar el torrente de los social media y los ‘terabytes’ de información en compromiso (engagement), y evitar así que “el mero flujo de información se convierte en abrumador y lleva al debilitamiento y la manipulación”, como advierte la organización Rand, que participó en la investigación de la Comisión.

De este potaje de empoderamiento y compromiso pueden surgir individuos e instituciones más emprendedoras. Es otra palabra con las costuras tan dadas de sí que apenas se reconoce,  pero que simplemente apunta a nuestra capacidad de hacer más con menos, e innovar en un mundo que respira escasez e incertidumbre. No sólo salir de la zona de confort, sino también pensar fuera de lo común (‘think out of the box’).

Pero el encasquillamiento de nuestro sistema alarga sus tentáculos hasta todos los rincones, y también se manifiesta en una cultura nacional que tira piedras contra el emprendimiento. Si en Estados Unidos los fallos en las aventuras profesionales se muestran como muescas de orgullo en el revólver, en Europa, y sobre todo en España, un fallo se identifica con el fracaso, y se compadece al que tiene “tantos pájaros en la cabeza”.

Es el mismo espíritu sin alas que reina y gobierna en la capa institucional, donde la falta de innovación social deja huecos por los que se cuela la queja y la desesperación de los ciudadanos. La propia Ley de Emprendedores es un ejemplo. Casi la mitad de los encuestados de un estudio de la consultora RMG y Asociados el pasado año echaba en falta más ambición en la ley, mientras que eran más los que decían que realmente no aporta valor que los que consideraban lo contrario. Años luz de la garra, y los resultados, de iniciativas como la de Chile, donde otorgaron, además de un permiso de residencia por un año, becas de 34.000 dólares a los talentos que quisieran desarrollar su negocio en el país. Los 2.000 elegidos  consiguieron posteriormente atraer unos 50.000 dólares de media para sus proyectos.

Estímulo

Y como no hay cuatro sin cinco, la quinta “e”, sería el estímulo. La I+D es la mejor manera de estimular la productividad. Sin embargo, el estímulo no se limita a la innovación endógena, sino también a la atracción de talento extranjero. Si en el caso de la innovación somos víctimas de nuestra torpeza, en el segundo caso somos prisioneros de la falta de visión europea.

Continuamos en el furgón de cola en inversión en I+D, y cayendo, mientras sufrimos la falta de una política migratoria común europea, que no sólo combata de manera efectiva los flujos irregulares, sino que sobre todo canalice el talento que necesita una Europa que envejece a pasos agigantados.

Con semejante lista de faltas y agravios, la factura puede subir hasta provocar sudores fríos a los que temen la llegada de un Estado torpe y entrometido, hormonado con los impuestos de todos. Pero el vehículo para llegar a esta España de 2022 no tiene que contar con alerones y el último equipo de sonido, sino con un motor potente y una carrocería firme. Es decir, sobrarán diputaciones, televisiones regionales y terminales vacías, entre otras muchas cosas. Pero necesitará reforzar esas las cinco ‘e’ para construir un Estado en el que verdaderamente, como subraya Piketty, el saber sea “el bien público por excelencia”. Un saber protegido en el presente por un sistema de sanidad público excelente, y en el futuro por un robusto esquema de pensiones.

Un sistema que no necesariamente gasta más, sino que gasta mejor, y en el que el apoyo público no genera dependencia sino incentivos para activar a sus trabajadores cuando se queden descolgados.

Más cohesión

Con la máquina engrasada, este motor público que impulse el capital humano tiene además margen para añadir revoluciones. Con un sector público un 6% inferior a la media europea (además de una presión fiscal nueve puntos inferior a la de nuestros vecinos), podríamos destinar unos 6.000 millones de euros adicionales al año para conseguir que nuestras Universidades públicas compitieran en la Champions League. Se conseguiría crear polos de innovación en torno a sectores estratégicos llamados a ser los protagonistas del mañana, y en los que hoy pasamos el examen con nota. Y seríamos más ambiciosos no sólo para apoyar los que tienen una idea en casa, sino también para atraer a los que les pueden ayudar con su talento desde fuera.

La España de 2022 tendrá un crecimiento más anémico, un sistema de protección social más débil, y una productividad más baja, a menos que no se dé un volantazo. Nuestro modelo económico “low cost”, perfilado con los tijeretazos de la crisis, va camino de echar raíces en el terreno peninsular. Y aunque puede que traiga algún reflejo de prosperidad por el camino, sólo se podrá celebrar con la boca pequeña, con una productividad apoyada en investigadores ‘mileuristas’, y unas instituciones que miran hacia otro lado cuando se les deja a las familias sin su vivienda.

Aunque el mundo de las ideas tiene mal aterrizaje en el barrizal de la política, algunos creen que la oportunidad existe cuando se apuesta por una “generosidad de corazón, de espíritu, de imaginación, de visión”, como dice el profesor de Harvard y ex líder del los liberales de Canadá, Michael Ignatieff.  No sólo implica “ayudar sin tener el cuenta el coste y compartir los riesgos”, sino también “imaginar juntos que podríamos ser mejores de lo que somos”. Una generosidad que no es patrimonio de píos o utópicos, sino también parte del código genético de la amplia familia liberal. Porque la libertad no sólo en negativo, sino sobre todo en positivo no podrá respirar allí donde no exista igualdad de oportunidades. Y a esta liberté y egalité también seguirá la fraternité que, sin el barniz revolucionario, es la cohesión social, la clave de bóveda para un sistema en el que a los pioneros no se les impide crecer, pero nadie se queda detrás.

Para tener las respuestas en esa España de 2022, debemos empezar por hacer las preguntas apropiadas hoy. Se necesitará una generación de líderes que sean arquitectos, y no sólo fontaneros que piensen que la política es desatascar las cañerías de nuestra convivencia. Nosotros que nutrimos esta generación ‘Naranjito’ tenemos claro de dónde venimos, lo que ya es el primer paso para saber a dónde queremos llegar.

¿Un modelo que funciona? 

Son numerosos los países que han probado que, sin tener ningún recurso natural con el que crecer, e incluso rodeados de un entorno políticamente adverso, han logrado prosperar aprovechando el único material con el que contaban: su población. Este capital humano ha sido clave para el desarrollo de Singapur, Corea del Sur, Israel o Taiwán. La falta de libertades en unos, o la torpeza diplomática en otros, lleva a pesar que siempre aparece algún nubarrón en el horizonte. Sin embargo, el caso de Finlandia sigue ofreciendo respuestas. No sólo porque el país es un ejemplo de gobernanza, sino también porque está aprovechando el parón económico que atraviesa para reinventarse, como bien ilustra la transformación y poderoso regreso a la primera línea de su joya de la corona: Nokia. Como comentó a este corresponsal Tommi Uitto, vice-presidente para Europa Occidental, y responsable de redes, su principal negocio en la actualidad, “trajimos el espíritu de las incubadoras para adaptarnos mejor”. Cambiar para crecer, crecer y cambiar.

Deja un comentario

Archivado bajo Uncategorized

Deja un comentario