La guerra de la sala

En nuestro pequeño mundo siempre hay sitio para las divisiones: entre hombres y mujeres, capuletos y montescos, hombres lobo y vampiros, los de Bonnie o Tigretón y, también, entre periodistas y portavoces. La regla general es la cordialidad entre los dos bandos pero, a veces, la bandera blanca se retira de las trincheras para disparar alguna ráfaga. “¿Cuál es la opinión de la Comisión Europea sobre los asesinatos selectivos?”, preguntó un colega de una conocida web comunitaria. “Bueno, lógicamente la Comisión no respalda los asesinatos”, respondió el portavoz subrayando bien el sarcasmo en sus palabras, lo que provocó alguna sonrisa entre los que atendían la diaria rueda de prensa de la Comisión. Sin embargo, el portavoz no se pudo resistir y dio u paso más: “Y no creo que sea una pregunta apropiada para esta sala”, añadió. Inmediatamente, un periodista pidió la palabra: “Y yo no creo que el trabajo de la Comisión sea opinar sobre las preguntas de los periodistas”, increpó con dureza, para sonrojo del portavoz y satisfacción de la bancada de los plumillas.

No es la primera vez que algún portavoz ha descargado una mala mañana en el rival del campo de juego, ni será la última que opina (aunque sea en silencio), sobre la manera de interrogar que tenemos. Algunos de hecho son célebres por su afilada bordería o sus pases maleducados. Sin embargo no era habitual en el portavoz del encontronazo de ayer al que, por otros asuntos, visité en su despacho por la tarde. Con alguna copa compartida en el pasado, siempre hay más espacio para las confidencias y desahogos. Así que, tras preguntarle sobre lo humano y lo divino (en este caso la negociación de tratados comerciales con América Latina) me preguntó mi opinión sobre la pregunta de la mañana, para tener el punto de vista del “enemigo”. Con la prudencia de no levantar las trincheras de mi propio bando, le dije que, quizás, la pregunta estuviera mal planteada, pero que el tema merecía tener una perspectiva europea (la implicación de pasaportes europeos en el asesinato del líder de Hamás). Pero, a continuación, también coincidí en que su muletilla opinando sobre la manera de plantearla fue innecesaria, de la misma manera que nosotros no cogemos el micrófono para, delante de las cámaras, opinar sobre lo mal que contesta uno de sus compañeros, o lo nerviosos que algunos se ponen, o lo poco preparados que están. La víspera, la portavoz de Trasporte apenas sabía que línea tomar sobre el accidente en Bruselas que dejó 18 muertos, y que algunos aprovecharon para apuntar a la necesidad de adaptarse a las reglas de la UE.

“Bien, creo que tienes razón, el comentario fue innecesario”, dijo el portavoz con los pies en la mesa de su despacho, al más puro estilo aznariano, pero con la humildad de un franciscano. “Y me alegro que me lo hayas dicho”, remató el portavoz otrora corresponsal. Tiró su bola antiestrés contra la pared y, tras prometernos amor eterno (es decir, alguna copa), salí dejando la puerta abierta, pensando que después de todo, portavoces y periodistas somos uno, aunque como decía la canción de U2, “no el mismo”.

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